jueves, 9 de enero de 2014

3. BYRON.

     Byron.
     Era medio día, el sol seguía maquillando todos los rincones de la oficina. Jugaba con nuestras siluetas, haciendo que sus exclusivas sombras chinescas, bailasen sobre las puertas del armario. Byron cruzaba la calle, en dirección a nosotros. Su pelo negro llameaba con los rayos de sol. Andaba con la cabeza erguida, orgulloso a cada paso que daba. De mirada descarada, desafiante y fanfarrona, no dudaba en enfrentarse a ti en cualquier momento. Solo por caerle mal, te murmuraba, te acosaba, te maldecía, y te perseguía en tu caminar buscando agraviarte. Y si nada le distraía, se sentaba junto a la puerta de entrada. Ahí se quedaba con los ojos cerrados, y dejando pasar las horas muertas.

          Mientras yo no hacía más que darle vueltas al propósito de juntarnos tanto tiempo después, los compañeros de clase. La idea y el deseo de plasmar ese pensamiento en la realidad, se alejaba mucho de un simple bosquejo. Teníamos que unir muchos elementos para conseguir diseñar una obra de arte, la cena.  Buscar no es tarea fácil. Preparar una lista, acordarte de quien se sentaba a tu lado, como poder encontrarlos,  la partida había comenzado. Ya no había marcha atrás, el final estaba escrito, solo quedaba desarrollar una bonita historia. Eduardo, el dueño del bar que hay frente a la oficina, llamo a Byron. Este con su particular gracia se levantó y se fue garboso a la llamada de su amo, buen perro.