Camino al paraíso
Dicen
que a Roma llegan todos los caminos, y mi anhelo es peregrinar aunque sea menos
sagrado, por otro sendero que culmine en
un distinto destino. Empiezo a vagar sin
apenas dar un paso, y ese viento que encabrita las olas en espumarajo, recorre
las veredas suspirando en la vanguardia, que mi corazón viajero se está
acercando. Y en la antesala de esta aventura, con guijarros coronados, se
levantan dos paredes esculpidas por natura, con diez rostros sonrojados. Dicen que toda vida se refleja en esa pared, y besar sus
caras con adoración te ciega de sensación y te eriza toda la piel. La senda que
he de seguir sube buscando el cielo, y en mi corto paso pongo esmero, saboreando
el paisaje que veo venir. Renuevo mis fuerzas y cuesta arriba voy, descansando
en un claro a media altura, miro atrás el camino andado, fascinado por un
paisaje de verdadera locura. Seducido en el foso de la vida soy Rey en su trono, que atesora Tierra Media en la palma de su
mano. Y salgo con mis huestes contemplando las colinas, deseoso de estar en sus fuentes y beber con las manos. Con los
ojos cerrados, me guían mis sentidos, imagino lo que no ojeo y descubro lo que
ya vivo, cada paso es una huella que eterniza mi destino. Sigo el ascenso
llegando a lo más divino y ante mis ojos sorprendidos, se elevan duras y tersas,
las fuentes que brotan hermosas para deleite del peregrino. El goce y el
magnetismo se apoderan de mí ser, sorbo
a sorbo voy saciando esta inagotable sed, quedo quieto embelesado, extasiado
por beber. Y como en noche de luna llena, luces de oscuridad emergen de la
laguna desde gran profundidad, y una insolente brisa de frialdad y agua fresca
te resucitan para olvidar. Es un paraíso difícil de describir, para hacerte una
idea casi lo tendrías que sentir. Exuberante, misterioso y abismal, pero sencillo
como la misma vida.