viernes, 25 de abril de 2014

Paranoico


Paranoico


¡Estoy paranoico!, acabo de entrar por la puerta y me la encuentro tirada en el suelo. Sé que todos perdemos los nervios ante una situación accidentada, y nuestros sentidos se bloquean de manera instintiva, pero fue verla ahí y empezar a sudar.  Yacía en el suelo inmersa en un charco lleno de cristales. Estaba descompuesta, desnuda. Recuerdo que estaba radiante cuando salí de casa. Que le pudo pasar en mi ausencia. Cogí un vaso de agua, y me acerque a ella, para ver realmente como estaba. Intente cogerla, al tocarla, mis dedos empezaron a gotear sangre. Me empezaba a agobiar esta situación, de histeria y fatalidad,  no tenía claro que debía hacer. El tiempo transcurría en mi contra. Porque tenía que pasarme esto hoy, a mí , que amargura. Quería buscar ayuda, pero opte por salir a la calle. Baje corriendo y me acerque al único sitio donde podían ayudarme, atardecía con rapidez. Sin pensar y con las prisas la deje allí en el suelo. 
Yo debia regresar en el menor tiempo posible, pues ya no eran horas para nada. Regrese de nuevo a casa, apresurado y confundido, con las manos vacías. Asombrado vi que ya no estaba en el suelo. La situación era cada vez más violenta. Y ahora donde estaba. No la veía por ningún sitio de la casa. Quien la recogió del suelo, y donde se encuentra ahora. Un misterioso silencio se adueño de toda la casa. Las ideas se entumecieron, y un escalofrió recorrió toda mi piel. La angustia era cada vez mayor. Entre tanto desconcierto y perplejidad, se abrió la puerta. ¡Suspire!, ahí estaba ella, perfecta, resplandeciente, como si nada hubiese ocurrido. Se presento adornada con su lazo amarillo paja, hermosa, y con un colorido luminoso y vivo. Un golpe de aire la tiro al suelo,  fracturándola, para mi desdicha. Ella sospechando mi desazón, fue a buscarme otra, para que no sufriera en el momento de regalársela. Le di un beso, entre afligido y contento, y ella me obsequio con  un libro, bueno un comic que tanto me gustan.  Feliz día de San Jordi.

domingo, 20 de abril de 2014

Adios

Adiós


Me duele y me atormenta haberla visto a través de aquella sórdida mampara de cristal, parecía que estaba  dormida. Corrí apresuradamente, tras la llamada de teléfono, ella se iba, nos dejaba y yo no estaba allí. Subí las escaleras, bruscamente,   de tres en tres. Abrí la puerta con el mismo impulso que llevaba, y entre como  una exhalación sin ver quien había por los pasillos, ya en la habitación me arrodille al lado de su cama. Mi corazón vivía con gran apuro aquel angustioso momento.  Le cogí de su mano, suave y fría, y le llame con insistencia besando su cara. No se despertaba, no respondía a mis afligidos lamentos. Todos mis esfuerzos eran inútiles. El llanto iba sangrando en silencio, con saña y rencor, mis adentros. Mis esfuerzos por recuperarla se desvanecían, al tiempo que su fuerza se apagaba. Todo había terminado.  No pude decirle adiós, ni ver sus ojos azules por última vez. La quería y la veneraba por lo  que era, aunque no lo suficiente, ni mucho menos lo que ella me quería a mí. Como dijo Isabel allende: “La muerte no existe, la gente solo muere cuando la olvidan, si puedes recordarme, siempre estaré contigo”. Sigo echándola en falta, todo acabo  inesperadamente, sin darme tiempo a nada. Me dio lo más bonito del mundo, la vida. Vivir, poder crecer, disfrutar, sufrir, soñar. Mi obligación y mi gratitud, para con quien lo ha dado todo por mí.  No hay nada más fuerte y más importante que el vínculo de una madre y su hijo.

domingo, 13 de abril de 2014

Mis amigos

Mis amigos.


Que paz, sentado sobre este durísimo muro de piedra y cemento, y que dolor de espalda intentando encontrar la posición menos incomoda. Que silencio, hablando de memoria conmigo mismo, las cosas que se agitan y alteran en mi cabeza. Que tranquilidad, mirando con ansia la grandiosidad e imponencia del mar. Que ajetreo contando una y otra vez las olas que azarosas e insistentes, se pelean por llegar a la orilla. No te cansas ve verlas llegar, sus hechuras siempre cambiando, y hermoseando con sus mechones albinos y espumosos. Solas, o agrupadas, siempre vienen hacia ti, queriéndote tocar. Y se van de nuevo para volver corriendo, queriendo jugar con tus pies.  No importa si la mar esta calmada, o si las olas siguen empecinadas, en su particular desafío,  en su cara a cara con las rocas del acantilado, me pasaría las horas enteras disfrutando de la contienda. La mirada perdida y los pensamientos desordenados, juntos cogidos de la mano se adentran en un ínfimo instante, buscando un sitio donde abstraerse y quedarse a meditar. Cuesta elegir un sitio, o todos. La brisa te susurra, te rodea y te abraza, coartando tu elección. El sol te va mostrando su alumbrado camino, hacia el inmaculado horizonte, cautivando tu voluntad. El sonido del oleaje, te atrae, como si unas sirenas sedujeran tus sentidos. Que belleza poder disfrutar de esta vista, de este singular paisaje, que no cambiaría por nada. No tiene igual para mí, pasión, vida, tranquilidad, belleza, grandiosidad, sentimiento, verdad. Todo esto me recuerda a esos seres que no te abandonan cuando todo está perdido, a esos con los que ríes y riñes, a esos que te quieren como un hermano, a esos con los que lloras y  te olvidas de todo, con los que sueñas libremente, vosotros, mis amigos de siempre.

viernes, 11 de abril de 2014

Historias


Historias



 El mundo está lleno, plagado de ellas. En cualquier rincón las encuentras, y por muy escondidas que estén, siempre aparecen para deleitar tus sentidos. Ninguna, por muy insulsa o anodina que sea, te dejara indiferente, siempre dejan lo mejor  de su esencia en ti. Las hay de todo tipo,  con  multitud de volúmenes,  y de muchas envergaduras. Las hay cercanas, algunas duras y fuertes, otras se muestran tiernas y delicadas. Y sobre todo de muchísimos colores, más de los que pudieses imaginar. Nadie puede resistirse a ellas. Son como tartas de cumpleaños, que te alegran el día. Como el nacimiento de un niño, llenas de vida. También a veces como las postrimerías del ocaso, tristes  Nos encanta poseerlas, ensañarlas, o compartirlas, y siempre tenemos alguna en el bolsillo. Solo con mirarlas, ya te están hablando, sin decir ni palabra. Nadie escapa a ellas, es imposible, seas romántico, seas aburrido, o sin civilizar, todos caemos en sus redes. Nos gusta atesorarlas, que no  se deterioren con el paso del tiempo. Tenerlas bien cuidadas y protegidas, para que cualquiera pueda disfrutarlas en el momento que más lo deseen. Hoy fui en busca de una de ellas, y en su búsqueda encontré en el camino una muy grande, enorme y vetusta. Esta aunque no es antediluviana, es una anciana  centenaria. Estaba yacente sobre otras más pequeñas, a las que quito espacio y escarneció, germinando fuerte y elevándose  eterna e inmortal. Un auténtico asedio sobre las que ya se encontraban aquí. Convertidas en  pura leyenda. Pero mi interés se centra en otra variedad, otro género, de la que ya tuve  conocimiento en la infancia. Me gusto ya desde la primera vez que la conocí, me atrapo su singularidad. Siempre he llevado conmigo su imagen, sin poder olvidarla, como si me siguiera a todas partes. Y de la que volvía a saber tiempo después. Tenía que ser especial, ya que todos los que la vieron como yo, la admiraban de alguna manera y hablaban de ella. Tenía una belleza particular. Sería un sueño volver a repetir aquel momento, aunque me consta tarea difícil. No sabría describirlo con palabras, pero si con una sencilla situación. Una sala tranquila,  bonita, una canción Sara Brigtman, una botella  de cava muy  frio, una bandeja de fresas, y seguro que todos soñaríamos algo diferente, y lo recordaríamos siempre. Todos tendríamos nuestra propia historia. Ese es su poder hacernos soñar, viajar, vivir. Si volviera a tenerla delante, sonarían todos los campanarios, porque fue, es y será  una gran historia… todos tenemos una,  o más historias que contar.