jícara
Se ha roto. Al final se quebró, y no tenía
por qué acabar así. Sabía que antes o después iba a pasar. Aunque confiaba en
su fortaleza, y en la pasta de la que estaba hecha, no creía que al final acabara hecha pedazos, y yo con
ella. Siempre tuve mucho cuidado, la trataba bien, con mimo. Llevaba tantos
años con ella, la quería tanto, que era imprescindible en mi vida, sin ella no
podía empezar el día. Algunas mañanas al levantarme, la buscaba alarmado cuando
no la veía. Cuando no sabía dónde estaba, el mundo se me venía encima. Siempre
hemos tenido algún susto, pero nunca nos vinimos abajo. Aunque puede que de un
tiempo acá, la estuviera descuidando.
Recuerdo cuando la primera vez que
la vi, tras los cristales de aquel escaparate, me llamo la atención por ser muy
diferente al resto. Había visto muchas, pero ella me pareció única. Me enamore,
fascinado y encaprichado como un niño. Algo así como un flechazo. No dude en
que se viniera conmigo a casa, y así fue. Me encantaba tenerla allí, cerca de
mí, conmigo. Amanecía junto a mi cada mañana. Tenía una cita obligada con ella
a media mañana, y en mitad de la tarde. Y llegada la noche, eran sublimes los momentos
en su compañía. Habíamos compartido todo tipo de confidencias, nos emocionábamos
juntos con todo aquello que a mí me pasaba. No tenía secretos para ella. Y ella lo era
todo, tenía un desmesurado valor sentimental para mí. Puse toda mi vida en el
fondo de su corazón.
Sé que he sufrido un cambio de
actitud. Sé que, de un tiempo acá, convivo con ciertos malos hábitos. Este mal
vivir, han desembocado en un día a día diferente, para mí vida. Llegue a
distanciarme poco a poco, atraído por otras sensaciones. Empecé a dejar de
compartir con ella, a pasar por su lado con cierta indiferencia. No me olvide
de ella, pues sabia, que siempre estaba ahí para mí. Pero el daño ya era casi irreparable.
Siempre pensé que le cuidaba con delicadeza, que le trataba como a ninguna otra,
que no iba a reemplazarla, ni a apartarla de mi lado. Me equivoqué. Era la
pieza más importante de mi vida, difícil de sustituir, esencial, y no supe
sujetarla a tiempo. Se me escapo de entre los dedos.
El mal ya estaba hecho. Intentar
recomponer los trozos, cómo en un puzle, era una tarea casi imposible. El daño
colateral, y las heridas, habían venido para quedarse. Las lamentaciones eran
inoportunas e ineficaces. Nunca pensé que una pequeña taza, supondría tanto, era
como un tótem que me protegía. Pero mi manera de conducirme, y mi habitual dejadez,
deterioraron ese vínculo, dejándome solo y desprotegido. A veces y con más
frecuencia, hacemos lo mismo con las personas que nos quieren, provocando
situaciones mucho más dolorosas. A fin de cuentas, le tenía cariño a esa pequeña
taza, pero está muy lejos de sufrir mis
desmanes, como los que ocasionaría a alguna de las personas a las que más quiero,
actuando de igual forma con ellas.