lunes, 1 de julio de 2019

CREPÚSCULO

CREPÚSCULO



La he amado tanto, y la quiero tanto,
que creí tener derecho al dolor de su amor.
A poder sentir el calor de la vida,
despojado de todo, salvo del éxtasis.
Abrazarla y tomar un buen trago de su mirada,
ordeñando la luz de sus ojos después de oscurecer.
       Ojos oscuros y salvajes como nublados de tormenta.                                                           
Respirar por sus poros distendidos con esa sutil nota femenina.
Respirar su mirada.

Siempre confundía el tiempo
cuando bailaba con ella.
Vestida cuidadosamente.
Con ese leve y constante suspiro de su respiración,
y el mudo brillo de sus labios.
Bailábamos en calma, en un espacio vacío,
moviéndonos profundamente
como si no viniéramos de ningún lado.
La seguía con la mirada después de cada paso.
Toda ella era algodón.
El reloj se movía con fatiga,
el tiempo parecía helado.

Perdidos en el bosque de la noche.
Fugitivo entre sus encajes y su piel desnuda.
Su corazón latente
se desataba entre la luz y la oscuridad.
El agua humeaba su piel.
Las caricias se deslizaban por el borde de su sombra.
Y yo me prendería en su pecho como figura recortada de papel.
Y a través de la suave sombra morder su boca,
y repasar brevemente su sonrisa,
ese tenue susurro de la vida en pequeños besos malheridos.
Estaba ávido y feliz como si cabalgara por las nubes.

Al salir el sol mañana, ya será tarde.
       Encuadrada en el marco de la ventana
       se percibía la fresca de la mañana.
Gotas de niebla serpenteando por el cristal,
       y el frío fulgor de la luz bostezaba al mundo,
y ese momento frívolo y decoroso llegaba a su fin.
       El silencio no era siquiera el silencio,
        seguía oyéndola en la penumbra bajo el cielo sin luna.
        Con la respiración contenida sigo rebuscando dentro de ella,
       con la mente de un niño, y el corazón de caballo.
       La magia del crepúsculo se eclipsaba ante ella.