El último cromo
Vivimos en una época donde
ensalzamos cualquier nimiedad, con tanta
indolencia y compartiéndola con todo el mundo, con la misma alegría con la que hacemos participes a
familia y amigos del nacimiento de un hijo, que desatino. Un verdadero dislate,
etiquetarlo todo con un “me gusta”, lo hacemos con todo y con todos. Que
alguien muestra una foto, no importa ni la calidad, ni como este posando, “me
gusta”. Que colgamos un vídeo de la cosa más absurda y con un interés más bien
escaso, “me gusta”. Que plagiamos un pequeño texto, haciendo referencia a
cualquier recomendación sobre la vida, “me gusta”. Y si nos lanzamos a la
piscina, y queremos hacer un comentario escribiendo más de dos palabras, mejor
nos hubiera ido dándole al “me gusta”. Incluso lo hacemos con personas que ni
conocemos, ni siquiera de vista. Ya no valoramos nada, ni parece que demos la
importancia que merece cada cosa.
Siempre hemos tenido en mente ciertos valores de la vida, que posiblemente
estén en desuso. A los regalos se le da un valor sentimental, por alusión a la
persona que hizo el regalo, pero siempre cuando hay una tercera que nos oiga
decirlo, para podernos vanagloriar bien,
sino no tiene valor. Valores familiares esos lazos que nos unen en
navidad, y que nos tienen nominados el resto del año. Y con el hándicap de
cuidar a esos ancianos que nos dieron todo, que estorban lo suyo, y que tienen
la fea costumbre de dejar siempre algo en herencia. Y el narcisismo, esa
admiración en exceso que algunos sienten por sí mismos, esa presunción de que
su valor personal no es cuestionable, por estar afectado de una vanidad exenta de humildad.
La importancia que le damos a las cosas, los valores y principios morales que sirven de guía en una sociedad, y esa apreciación que tenemos de ciertas personas por sus cualidades, su capacidad y su honradez, porque no podemos tenerlas presente en todo momento y en cualquier lugar. Recuerdo cuando empezaba una colección de cromos, con toda la ilusión de un niño, y con el ansia de acabarla rápidamente. Comprar los sobres con los cromos, cambiar los repetidos con los amigos de clase, conseguir aquel tan difícil era toda una aventura. Pero el más importante de todos, el que tenía un gran valor, el que hacia olvidarte del resto, el que ponía un broche de oro a la colección, sin duda alguna era el último cromo. Todos eran importantes, pero ese último tenía un valor especial, que solo tu sabias y que no necesitabas gritarlo a los cuatro vientos, ni etiquetarlo con un “me gusta”, alcanzaba un valor sin precedentes. Siempre las cosas más simples, las más ingenuas, y las más sinceras consigue un valor incalculable, y se hacen dueñas de tu corazón.
La importancia que le damos a las cosas, los valores y principios morales que sirven de guía en una sociedad, y esa apreciación que tenemos de ciertas personas por sus cualidades, su capacidad y su honradez, porque no podemos tenerlas presente en todo momento y en cualquier lugar. Recuerdo cuando empezaba una colección de cromos, con toda la ilusión de un niño, y con el ansia de acabarla rápidamente. Comprar los sobres con los cromos, cambiar los repetidos con los amigos de clase, conseguir aquel tan difícil era toda una aventura. Pero el más importante de todos, el que tenía un gran valor, el que hacia olvidarte del resto, el que ponía un broche de oro a la colección, sin duda alguna era el último cromo. Todos eran importantes, pero ese último tenía un valor especial, que solo tu sabias y que no necesitabas gritarlo a los cuatro vientos, ni etiquetarlo con un “me gusta”, alcanzaba un valor sin precedentes. Siempre las cosas más simples, las más ingenuas, y las más sinceras consigue un valor incalculable, y se hacen dueñas de tu corazón.