jueves, 10 de septiembre de 2015

el domingo

el domingo

               
                Domingo, domingo, bendito domingo. Ese trocito de la semana que a todos nos gusta. Esas veinticuatro horas de lujo, en el tiempo de descuento. Es la recompensa, por el trabajo trabajado el resto de los días, en la línea de sucesión. La fiesta del creador. Es el día en el que el astro sol, no debe faltar a su cita, y trabajar a pleno rendimiento para hacer de éste el mejor de todos. Ya que todos  esperamos al domingo para hacer un poco de todo, y un mucho de nada.
            Recuerdo esos domingos de cuando aún era un niño. Mi madre me despertaba de manera diferente, que en los días de diario. Y te preparaba para cosas que a día de hoy sigo sin entender. Te embutía en una ropa, que guardaba con cierta exclusividad, para los bonitos domingos o para algunas de esas fiestas de guardar. Aquella ropa estaba planchada en exceso, y en exceso picaba, y para suerte mía, en exceso no me quedaba bien. Iba acartonado en exceso, como un maniquí. Y en exceso vigilante, de no manchar la ropa de los domingos y fiestas de guardar. Todo inmaculado y dispuesto para misa de once. Recuerdo que me pasaba toda la misa contando de todo, personas, baldosas, escayolas,…no iba siempre, pero cuando iba, no sé por qué lo hacía.
            Algo mágico de los domingos, era el olor que venía de la cocina, una olla hirviendo de chocolate espeso. Y ver llegar a mi madre del mercado, con aquella rueda en espiral, caliente y recién hecha, las porras. Lo demás el placer de mojar, y el gusto de saborear. Al medio día, ir a buscar un pollo asado para comer, era lo habitual. Hoy sigue siendo un clásico, no cocinar. Y perder la mañana hasta la hora de comer, paseando por los puestos del mercado, otro clásico. Antes se extendía por las calles del barrio, dándole unas pinceladas de tradición y encanto. Hoy reagrupado y con un orden lógico, se levanta y se desarrolla, envueltos en la fascinación y en el atractivo de una gran superficie. La masificación de gente nunca me gustó, y el mercado era un ejemplo vivo. Aun así, no sé por qué lo hacía, y andaba entre tanta gente junta.
           El fútbol no se entiende sin el domingo, ni el domingo sin el fútbol. Y a mí nunca me ha fascinado el balompié, y menos soportar la tensión y la ira contenida, que se descarga en cada partido. A pesar de ello iba muchas tardes de domingo, a ver jugar al equipo local, y deleitarme con los improperios, el vocerío, y la ira, ya no tan contenida. Confieso, que no sé por qué lo hacía. En cambio el cine sí que ha sido una de mis debilidades. Y pasar de tres a cinco horas dentro de la sala, para ver dos películas un domingo por la tarde, no se me hacía pesado. Aunque no lo  hacía, lo que a mí me hubiera gustado. Las tardes de domingo no eran espectaculares, fútbol  de andar por casa,  películas a granel, y estar en la 17. El 17, es el número de una habitación, pero no la de un hotel. También es  la hora para encontrarse, una casualidad. Y una buena edad, frontera entre no tener responsabilidad, y casi ser mayor. Un sitio, una hora, y un grupo de amigos de colegio, que comparten amor, juegos y penas. Un bonito final, para aquellas tardes de domingo.

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