Lado oscuro
Aun
no peino canas, pero a cierta edad los recuerdos están demasiado lejos, como
para pellizcarlos y traerlos a la luz. Empiezo a tener ciertas limitaciones, el cajón cuajado de años, y la memoria debilitada por el tiempo y la distancia. Sé que desde que
tengo uso de razón, ella se fijo en mi, y desde
entonces me acompaña. Sus ojos melancólicos y tristes, no dan cabida a ninguna efusividad. Su expresión seria y respetuosa,
nunca cuestiono en modo alguno mis decisiones. Siempre a mi lado y no me pidió
nada a cambio, solo estar ahí, presente en mi camino. Al principio, cualquier
momento era el idóneo para hablar de tantas cosas nuevas, que anidaban en mi
cabeza. No hice nada sin haberle consultado antes, le inquiría con todo tipo de
preguntas, intentando arrojar luz a los problemas que surgían, encontrando
respuesta que antes no tenía. No podía definir nuestro vínculo como una
amistad, aunque ha sido compañera
inseparable y jamás me abandono a mi
suerte, nuestra relación no llego más lejos. Me enseñó a meditar y a echarle
razón a mis controversias, argumentando las
más simples cuestiones de la vida cotidiana. Hemos crecido juntos, a pesar de
su aspecto mayor. Me gusta ir a buscarla al final de la rambla, en el último
banco, bajo las sombras de los árboles. Se está tranquilo, fresco y se oye solo
los caños de la fuente. No importa el tiempo que estés sentado con ella, no
acabas de acostumbrarte a su presencia. No es una bendición, ni tampoco es el
maligno, pero me siento pletórico a su lado. Lo más admirable es que no te
decepciona, y disfruto de ella aunque nunca me haya abrazado.
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