Adiós
Me
duele y me atormenta haberla visto a través de aquella sórdida mampara de
cristal, parecía que estaba dormida.
Corrí apresuradamente, tras la llamada de teléfono, ella se iba, nos dejaba y
yo no estaba allí. Subí las escaleras, bruscamente, de tres en tres. Abrí la puerta con el mismo
impulso que llevaba, y entre como una
exhalación sin ver quien había por los pasillos, ya en la habitación me
arrodille al lado de su cama. Mi corazón vivía con gran apuro aquel angustioso
momento. Le cogí de su mano, suave y
fría, y le llame con insistencia besando su cara. No se despertaba, no
respondía a mis afligidos lamentos. Todos mis esfuerzos eran inútiles. El
llanto iba sangrando en silencio, con saña y rencor, mis adentros. Mis
esfuerzos por recuperarla se desvanecían, al tiempo que su fuerza se apagaba.
Todo había terminado. No pude decirle
adiós, ni ver sus ojos azules por última vez. La quería y la veneraba por
lo que era, aunque no lo suficiente, ni mucho
menos lo que ella me quería a mí. Como dijo Isabel allende: “La muerte no existe, la gente solo muere
cuando la olvidan, si puedes recordarme, siempre estaré contigo”. Sigo echándola en falta, todo acabo inesperadamente, sin darme tiempo a nada. Me
dio lo más bonito del mundo, la vida. Vivir, poder crecer, disfrutar, sufrir,
soñar. Mi obligación y mi gratitud, para con quien lo ha dado todo por mí. No hay nada más fuerte y más importante que el
vínculo de una madre y su hijo.
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