BONAVISTA
Corrían ya los sesenta, el año
en que se casaba el futuro rey Juan Carlos I, que se inauguraba una nueva era
en las telecomunicaciones con el primer satélite, y que comenzara a sonar el
primer single de un grupo de savia nueva y descarada, el grupo “The Beatles”,
ese mismo año, me vio nacer. Me contaron mis mayores que nevó
copiosamente, en aquel octubre del 62. Esa blanca capa, bordada de verde y gris, al
igual que en los acontecimientos de renombre, se extendía como alfombra por
doquier, para acoger mi pequeño corazón.
Mis abuelos maternos hicieron un tedioso e inacabable viaje, desde el otro
extremo de la península, más por las dilatadas horas del trayecto que por la
distancia, para conocer a su noveno nieto. La vida aún se vestía de blanco y
negro, llena de zurcidos y con los zapatos maltrechos. Vinieron con sus raídas
maletas, cerradas con mucho esfuerzo,
con tres vueltas de cordel, y llenas con todo lo poco que tenían.
Vinieron para quedarse, como antes ya lo hicieran mis padres.
Muchos como ellos, se despidieron de su
tierra, de su pueblo y de sus gentes, para empezar una nueva andadura, en una
tierra conocida pero inédita para todos.
Buscaban un trabajo, y el auge de las industrias químicas, les atrajo
con la esperanza de engendrar un futuro mejor. Se asentaron en zonas sin
recursos, ni servicios de ningún tipo, cerca del rio y entre las vías del tren,
levantaron con cañizos sus primeras viviendas, y con el mismo suelo que la
tierra que les había recibido. A pesar de la fragilidad de sus casas,
cimentaron la vecindad como una verdadera familia, donde el valor de las
personas era lo principal, y donde la unión de tradiciones tan diferentes, así
como sus formas de vida, no era un problema, sino una celebración.
La buena marcha del trabajo, les
dio el impulso, para construir mejores viviendas en una zona más apropiada para
vivir. Subieron un peldaño más para construir un barrio, a pesar de la
precariedad. Cansados del trabajo duro de entonces, embarazadas y curtidas por
el agotador y fatigoso trabajo de las amas de casa, y con el escaso tiempo que
les quedaba, sacaban fuerzas para ladrillo a ladrillo, y con sus propias
manos, construir las casas donde se
establecerían definitivamente. Ahí, empezó a escribirse la única historia de
Bonavista, un barrio de trabajadores, venidos en mayor número de Andalucía y
Extremadura, y de otros puntos de la geografía, con el único fin de labrarse
una vida, compartir sus tradiciones, y
juntos trabajar por un futuro para todas sus familias. El recorrido por nuestra
historia puede estar expuesto a errores, a olvidos, y a muchas imprecisiones de
cómo ocurrieron algunas cosas, aun así, lo cierto es que nadie nos ha regalado
nada, nadie, aunque algunos de la capital digan lo contrario, pues ellos nunca
cruzan el Francolí y nos tienen olvidados. Solo la fuerza de nuestra unión, el
tesón, y la constancia en el trabajo, nos ha dado esa personalidad, esa
idiosincrasia, un coctel donde cabemos todos.
Gracias Federico, por reunir en
tu libro “Bonavista una biografía social”, esa historia de la que todos estamos
orgullosos.
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