La caja
hermética
Se busca y se necesita varón,
normal, de aspecto cuidado y con buenos hábitos. Educado y respetuoso con todas las personas. No
es necesario hablar idiomas, lo
importante es entender y hacerte entender. Ni es requisito imprescindible un
nivel de titulación académica, solo tener interés por aprender cualquier cosa, y
tener disposición para acometer cualquier tarea, como las creativas, y
especialmente las de índole casera. Si se requieren algunas habilidades más necesarias
para el trabajo día a día, tolerancia, un sexto sentido, y por supuesto una
gran sonrisa para las distancias cortas. En anuncios como este hubiese querido
presentarme como candidato, pero solo se me dan bien las manualidades, y no me
gustan nada los exámenes.
Mi objetivo no es rellenar el
silencio, aunque suelo acomodarme fácilmente en sus brazos. Tengo una memoria a
corto plazo y la ausencia de todo lo que me rodea, me ayuda a organizar mis
recuerdos. Acostumbro a abandonarme dentro de un estado de reposo, buscando perder
la mirada en un punto y hablar detenidamente conmigo mismo. Tengo una adicción
difícil de rehuir, soy un incondicional de la música de Celine Dion y de Sara
Brightman, y con ellas puedo triangular muy buenos ratos. Suelo pasar la mayor
parte de mí tiempo pensando, como en una partida de ajedrez, tanto que enveneno
mi cordura y me cuesta recuperarme. Una constante letanía en mi cabeza recorre
momentos, ya vividos, muy dispares y lejanos en el tiempo. El esfuerzo por
recordar, por viajar a un ayer anclado en un posible y empolvado olvido, y de
poner imágenes en la mente, son mis momentos de ocio preferidos.
Mi humilde intención siempre ha sido honrar a
todo el mundo con mis sentimientos, mis maneras de hacer, y arrimar el hombro
siempre que se ha podido. Si echamos un vistazo en torno a mi vida no ha sido
gran cosa, no obstante no me quejo, me gusta como es. Pero esa amalgama de
sentimientos candentes, me han dado la fuerza y la vitalidad, para esperar todo
o nada en la vida. Y aunque nunca me ha pasado nada que renombrar, quizás el
sentirme bien con el resto del mundo es lo que más he deseado siempre. Nunca he
sido maestro de ceremonias, ni presentador de espectáculos, me encanta pasar
desapercibido, confundirme entre las gentes. No sobresalir, y evitar de alguna
manera cualquier tipo de popularidad. No dudaría cada mañana en bajar solo
cinco minutos al mundo, y volver rápido para subirme de nuevo en mi caballo de
madera. Son pequeños rasgos de esa educación que desde niño, ha acompañado mi
comportamiento. No importa el bien que hagas, ni a quien se lo hagas, hacerlo
de corazón y sin esperar nada a cambio.
Ya calzo una edad, y sigo pensando cómo un niño,
que el cielo solo es azul. Día a día en el trabajo, tomando café con los
amigos, o con las cosas de casa, mi cabeza vive en todo momento un sinfín de
historias y con los personajes más imposibles. He crecido con los disfraces de
Mortadelo, recorrido por la selva de la mano de Ron Ely, he sido cómplice de
las aventuras del asombroso Spiderman, y naturalmente he podido subir en la
nube kinton de Son Goku. Mi vida transcurre dentro de una viñeta que nunca se
acaba de dibujar, y donde una persecución sin sentido no deja de acosarme.
Donde el humor no necesita llamar al timbre para poder entrar, y donde los superhéroes son parte de mis
amigos más queridos.
Extraño la infancia en la que todo era un
descubrimiento, todo era fascinante y fantástico. Fueron momentos donde la
protección de tus padres, era una seguridad, teñida de un dulzor amargo. Mis
primeros pasos por este camino fue conocer y sufrir mis temores. Yo tenía
pánico de los efectos de la tartamudez, que tantos vergonzosos momentos me dio.
Odiaba ponerme cualquier pantalón corto, pues me hacían verme ridículo y como
un reclamo a la burla más cruel. Y subí un escalón más, en la inquietante
relación, entre la conciencia de mi soledad y la soledad de mi conciencia. Empecé
a dar credibilidad a mis miedos que convirtieron mi realidad en una apuesta de
superación. Eran para mí como el color de ojos, nací con ellos y me acompañaran
para siempre, aunque quisiera engañarme con unas lentillas.
He sido siempre muy inseguro, y muy observador
de todo cuanto me rodeaba. Amigo y compañero de todos los que crecieron y
fueron conmigo al colegio. De todos cogí algo, incluso malas costumbres. Tenía
la habilidad para relacionarme con los demás y esa capacidad de preocuparme por
sus estados de ánimo, manteniendo las relaciones sociales, aunque me gustara
más estar a solas. A pesar de mi carácter reservado, supe hacerme con la amistad
de los que lideraban el patio, de los fuertes a la fuerza, de los grandes pero temerosos
de espíritu, y de aquellos que nadie aguantaba por las razones que fuesen. Tuve
dos grandes amigos, los dos se llamaban Miguel, se convirtieron en los puntales
de mi desarrollo personal, a la vez que protegido por su amistad Han pasado
años y pienso mucho en ellos, más ahora que el edificio del colegio ya no
existe, se está transformando en una iglesia del siglo XXI. Curiosamente vivimos
en una época donde las formas de comunicación son muchas, y están al alcance de
todo el mundo, pero no pueden competir con las relaciones humanas de entonces,
las mejores. Ante presumíamos de tener amigos, incluso conocidos con los que te
relacionabas, y que después de tantos años siguen estando ahí, envejecidos pero
con la esencia de entonces. Hoy se mira solo la cantidad de contactos que
tenemos en el móvil, los seguidores en las redes sociales, y a no sé cuántas
personas les gusta tu comentario. Eso sí, todos tenemos un numero equis de
amigos en común, posiblemente que no conozcamos.
Era el
momento inexcusable en el que las chicas acaparaban nuestra atención masculina.
Una circunstancia de la vida en el que experimentas un sinfín de nuevas
sensaciones, a día de hoy algunas de ella aun por catalogar. Aquí la
incertidumbre, el desconocimiento y esa pétrea inseguridad, hicieron mella a la
hora dar el primer paso en cuestiones del corazón. Sí que es verdad que buscaba
ver más allá que una primera imagen. Tratar de descubrir todas esas virtudes,
encantos, y todas aquellas cosa que escondían detrás de una fresca y sincera
sonrisa. Preguntas y respuestas que me ayudaran a mostrar su personalidad lo
más fiel posible, sin enmascarar demasiado. Aun así, para conocer a una mujer,
hace falta una vida. Quizás supe elegir y fijarme en la que posiblemente era la
mujer ideal, que sin muchas pretensiones tenía todo lo que yo deseaba, y que
seguramente yo estaba muy lejos de satisfacer sus deseos. Quizás no me presente
como debiera, o me falto lo justo para que ella conociera algunas pincelada
sobre mis pensamientos. No fue así, no reaccione y todo quedó cubierto por el
tiempo y anclado en la memoria. Todo lo
demás vivido en este campo fue un vagabundeo, un error sin más.
He vivido momentos raros o difíciles de digerir.
Las repetidas ausencias de alguien clave en mi vida, ocasionaron un tsunami, que
hizo tambalear el núcleo familiar. Situaciones que cuestan una vida devolverlas
a un estado de normalidad, estados que agrietan todo tu ser y la fragilidad
queda tatuada en tu piel. La inexperiencia es caldo de cultivo, para poner en
riesgo todas las ilusiones y sueños, por seguir en un camino de sin razón y expuesto a un avispero
de mal intención. Todo queda teñido y cubierto de un color agridulce, con las
miradas esquivas y las palabras mordidas. La herida deja una cicatriz muy
cruel. No menos cruento es la pérdida de un ser querido, eso que le pasa a
otros, pero que cuando eres tú lo ves incomprensible. No entiendes la intención
que se gasta la vida para arrebatarte alguien querido. Cierras los ojos y todas
sus imágenes pasan por delante de ti, se activa ese mecanismo sensiblero y
sentimental, que pone en jaque toda tu persona e intenta exprimirte como una
naranja. Te conviertes en un ser seriamente vulnerable, pierdes el equilibrio
de cuanto te rodea e intentas aferrarte a algo que ya no está, todo da un giro
y te coloca bocabajo como en una montaña rusa sin poder evitarlo. Al final
siempre encuentras la razón, el momento y las personas para seguir adelante, es
duro y difícil de llevar, pero necesario.
La infancia quedo atrás, estampada en algunas
fotos en blanco y negro casi olvidadas, pero que te emocionan cada vez que las
ves para recordar. Mi adolescencia sigue penando por los rincones, por no haber
sido capaz de ganar aquel corazón enamorado. La vida sigue su curso y cada vez
me alejo más de ese mundo de pantalón corto y la sangre excitada, estoy abocado
a mirar hacia delante sí o sí. No asumo esa parte en la que te haces mayor sin
pretenderlo, con paso decidido y sin posibilidad de marcha atrás. Sé que me
siento como un niño, y que pienso como ellos, por eso imito ser una persona
mayor para no evidenciar el verdadero perfil de mi estado de ánimo. El listado
de responsabilidades que adquirimos al ser adultos, son razones suficientes por
las cuales, seguir creyendo que eres un Peter Pan es lo mejor que te puede
pasar. Es un vaivén, un ir y venir de dentro a fuera, un no parar de poner una
cara de sensato a la vez que te sonríes por una tontada que estás pensando. O
estar de mofa por lo más irrisorio, mientras cavilas como cuadrar un sinfín de
problemas y números primos. Juegos y jugar, lápices y papel, colores, y con una
goma borrarlo todo y poder empezar de nuevo. La responsabilidad, los quehaceres
de cada día y los problemas cotidianos no desaparecen con ninguna goma de
borrar. Ser niño y poder seguir siéndolo, sin duda alguna es la mejor época
para mí, donde los colores siguen siendo solo colores.
En
apariencia todos somos harto parecidos, con matices nada especiales, pero lo suficientes
para vernos muy distintos en casi todos los aspectos. Estamos llenos de
contrariedades, con opiniones altamente subjetivas, y de intenciones nada
claras. Somos sentimentales y con un idéntico comportamiento humano, aun así rechazamos
la actitud que otros muestran con el mismo patrón con el que nosotros actuamos.
Adjetivamos calificando cualquier situación, que experimentamos con
conocimiento de causa o sin ella. Envidiamos lo que ya tenemos, por el mero
hecho de que alguien más lo posea o lo disfrute. Somos ganadores de antemano,
sin haber hecho ningún esfuerzo previo, solo por ser nosotros nos alzamos como
victoriosos. Maceramos nuestra historia con simples motivos generalizados,
incapaces de luchar por cambiar, y ser artífices aunque sea del más mínimo
detalle que de sentido de la forma más particular a tu vida. Siempre hay un
momento en el que haces algo que lo cambia todo, que te devuelve la ilusión,
que te regresa ahí donde quieres estar. Reconozco ser eternamente reservado, y como en
una partida de ajedrez, el oponente no ha de saber tu estrategia aunque te vea
mover ficha, y así proteger tus intereses. Vigilante de que nada erosione mis
sueños, ni dejar en el olvido los entrañables recuerdos que me acompañan, que
nada altere la sensibilidad de mis sentimientos, guardo todos ellos protegidos
y atesorados en una caja hermética. Procuro mantenerlos en la más absoluta
confidencialidad, alejados de miradas
indiscretas, evitando no parecer vulnerable y preocupado de que el tiempo no
vuelva a privarme de ellos, pero contento de poder compartirlos con parte de mi
vida.
2 comentarios:
Siempre que te leo me quedo sin palabras. Pero ahora mismo soy una mezcla de sentimientos. Me has hecho sentir ternura, dolor de pensar como te sentiste de niño, emoción, alegría. Solo puedo decir que me pareces un ángel, siempre tienes la palabra adecuada cuando alguien te necesita
Si tu intención era pasar desapercibido tal y como dices en el texto, siento decirte que no lo has conseguido. Dejas una profunda huella en todos aquellos que tenemos la suerte de conocerte.
Yo fui parte de esa infancia que describes y ahora tengo la suerte de compartir ésta etapa de madurez que tanto te cuesta asumir.
No dejes nunca a ese niño que llevas dentro.
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